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Padre provincial de los capuchinos de Montevideo. Ya en el término de nuestro viaje, recibimiento cordial y efusivo del señor obispo, monseñor Qua- glia, en cuya compañía degustamos el abundante y sabroso menú, al que acompaña y sigue el obli­ gado mate. Por la tarde, cambio de impresiones y señala­ miento de condiciones, valederas por cinco años, al final de los cuales podían ser renovados o anu­ lados por una de las partes, según prudente con­ sejo delmencionado cardenal Barbieri. La mies que esperaba ser cultivada por las her­ manas era extensa. Caseríos distantes a lo largo de la dilatada campiña, sin medios para recibir los sacramentos. Niños y personas mayores, sin casi instrucción religiosa. Familias con miseria material, moral y económica. El país surcado por abundantes ríos, llano como la palma de la mano, y salpicado por exhuberante vegetación, deja en el ánimo de quien lo contem­ plauna impresión gratísima. El carácter de la gente es afable, dulce y bon­ dadoso. No se ve en ella esa rudeza y osquedad que se observa en algunas personas de nuestras tierrascastellanas.Son buenos por naturaleza y por naturaleza también algo indolentes, enemigos del trabajo duro del campo. Todo su afán es ver el modo de viviren Montevideo alabrigo de un sueldo por pequeño que sea. Sólo así se explica que, de cuatro millones escasos de habitantes que cuenta Uruguay, una tercera parte resida en la capital. De ahí el que se encuentren extensiones inmensas de 192

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