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concederme treso cuatro de sus religiosas para mi diócesis. Este es el objeto de mi visita a Madrid y el motivo de molestarle a usted.» — «¿Molestarme a mí? De ninguna manera. Me considero muy honrado con su visita y agradezco sinceramente el que se haya acordado de mis reli­ giosas para llevarlas a su diócesis. Le complacería gustosísimo en el momento, dando la preferencia a otros obispos sudamericanos, que me han hecho idéntica petición, pero creo prudente esperar.. To­ m o nota de su dirección y le doy palabra de que tan pronto como sea posible, cumpliré sus deseos, que son los míos...». La entrevista terminó con un cordial apretón de manos, con esperanza de ver cumplidos los deseos de ambos. El diálogo sostenido personalmente, con­ tinuó desarrollándose por escrito. De cuando en cuando me llegaban cartas del obispo de Minas, recordándome lo prometido, apelando al argumen­ to de que «loprometido es deuda». Y no había más remedio que cumplirla, tanto más cuanto que se aproximaba para mí una fecha m e m o ­ rable, la de mis Bodas de oro sacerdotales.. ¡Qué mejor recuerdo podía dejar a mis hijas que la fun­ dación de una casa en América Latina!... ¿No me atruenan todos los días con sus cantos de misión: «Mañana en un frágil barco».. «Brilla ya en la leja­ nía, horizontes de misión»... Verdad es que son pocas, pero el Señor, que saca de las piedras hi­ jos de Abraham, hará que de Minas y de otros paí­ ses surjan nuevas vocaciones. 190

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