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los obispos los que soliciten misioneros, sino és­ tas las que soliciten misionar en sus diócesis. Y este tiempo llegó, en primer lugar, para el obispo de Minas (Uruguay), monseñor Edmundo Quaglia, verdadero padre y pastor de los fieles de su diócesis. Tiempo hacía que ete monseñor suspiraba por tener en su diócesis tres o cuatro religiosas espa­ ñolas, que le ayudasen en su labor de apostolado en favor preferentemente de los más necesitados. Mas, ¡era tan difícil obtenerlas!.. Todas las Con­ gregaciones se veían y deseaban para atender las obras ya comprometidas y como las vocaciones escasean... Contrariado, pero no desconfiando, acude en Ro­ ma a su conocido y amigo Rvdo. P. Agatángelo de Langasco, a quien conociera en Uruguay con moti­ vo de lavisita oficial que aquél hicieraal Obispado de Montevideo, para preguntarle si, por ventura, conocía él alguna Congregación religiosafemenina que quisiera ofrecerle tres o cuatro religiosas para su diócesis. La respuesta delconsultado no defraudó al con­ sultante. «Conozco — dijo aquél— una congrega­ ción moderna, cuya casa-madre está en Madrid, que se dedica al apostolado de los pobres y que tal vez quisiera complacer a su Excelencia, dándo­ le las religiosas para atender a las necesidades de la diócesis suya. Precisamente, en uno de estos días del Concilio, acaba de salir de Roma para M a ­ dridel fundador de dicha congregación, muy cono­ cido mío, llamado P. Laureano M.ade las Muñecas. 188

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