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construcción. En la parte más alta del barrio y do­ minándole como vigía, se divisa la capilla de San Isidro, que dio nombre al mencionado barrio. Se ve qué hay pobreza, pero no miseria, como la que se contempla en tantos suburbios de Madrid. ¡Qué bien caerían aquí las misioneras y qué her­ moso y provechoso apostolado podían hacer entre esta pobre gente!, dije para mí... Y así, pensando, puse la fundación sobre el patrocinio de San José, y di comienzo a laobra. Indagué el nombre y residencia del párroco al que pertenecía el barrio, que era don José Aguado, y le hablo por teléfono, pidiéndole día y hora para hablar con él. M e contesta, amable, que no m e mo­ leste, que él mismo se presentará en el convento para saludarme, como efectivamente lo hizo. Tras el obligado saludo, le expuse claramente mis deseos de fundar una Casa de la Congregación de «Misioneras Franciscanas delSuburbio» en Va- lladolid, con preferencia en su parroquia, siempre que sea gustoso en ello. «No sólo gustoso — me responde— ,sino gusto­ sísimo. ¿Qué más puede desear un párroco que contar con obreros que le ayuden a trabajar en su mies? Precisamente, llegan esas sus religiosas a llenar el vacío que dejaron tres religiosas de otra Congregación, que han tenido que ausentarse de esta parroquia. Por mi parte, encontrarán sus reli­ giosas toda clase de facilidades en favor de su apostolado, preferentemente de los pobres, humil­ des y enfermos.» 180

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