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lado evangélico a losde la propia nación, lengua o raza, como siJesucristo no hubiera mandado pre­ dicar el evangelio a toda humana criatura ycomo si la Iglesia no fuese universal, en el tiempo y en el espacio. Si alguna preferencia se ha de tener en la pre­ dicación delEvangelio ha de ser hacia aquellos que forman la aristocracia de la Iglesia: lospobres. Y a losque en el día del juicio dirá Cristo: «Venid benditos de mi padre porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y m e disteis de beber, estaba desnudo y me vestísteis, encarcelado y me visitasteis. Los pobres, los enfermos, los abandonados, los marginados..., he aquí la porción más preferida de Cristo, de quien nos dice el profeta Isaías,que vino a «evangelizar a los pobres». Sobre el os edificó su Iglesia, y sobre el os fue­ ron también losque constituyeron la «élite» de la misma. San Pablo se gloriaba de que las comu­ nidades cristianas por él fundadas se componían, principalmente, no de sabios ni de ricos potenta­ dos, sino de pobres y humildes artesanos, que co­ mían el pan con el sudor de su frente. Que algunos de éstos no correspondan con su conducta a lo que por el os se hace..., allá ellos. No se ha de atender tanto a la persona socorrida, cuanto a Cristo, representado en ella. Y ahora, tras esta obligada introducción como justificación de la mencionada determinación, en­ tremos en la materia de la mencionada fundación desde sus orígenes, para mí muy querida, no sé si 178

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