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cado por la obediencia, siguiéndolo no hay peligro de extraviarse. A esto se añaden los primeros fervores espiri­ tuales que suele conceder el Señor a los princi­ piantes. A esta primera fase de la vida espiritual de la joven novicia, suele seguir otra no tan brillante y optimista. Con el rodar deltiempo la variedad de las ocupaciones y la intensidad no siempre mode­ rada, según aconseja la Iglesia, de los estudios y el ambiente no muy propicio para el recogimiento y lavida de piedad, se van resfriando losprimitivos fervores y desvaneciéndose losantiguos entusias­ mos. Ven en todo cuanto les rodea imperfecciones, defectos, etc., no sólo en las religiosas de la co­ munidad, sino también en las mismas constitu­ ciones. Ya los ejemplos de los santos no les mue­ ven; laoración no las atrae, lamortificación las da miedo, la castidad, pobreza y obediencia dejan sentir su peso. El ideal de la santidad les parece algo irrealizable... No tener en cuenta esta fase evolutiva de las jóvenes en loscomienzos de la vida religiosa, en su formación, puede ser fatal. Para precaver escollos asíse insistió ya en un principio en la necesidad de una sólida formación religiosa, advirtiendo a las educandas que no se dejasen llevar de entusiasmos y fervores pasaje­ ros; que a la luna de miel de losconsuelos espiri­ tuales seguirán las realidades amargas de lavida, que la santidad no es cuestión de un día, sino de toda la vida y que a ella no se llega más que con 148

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