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como la familia de Lázaro de Betania, Zaqueo y el publicano Mateo. Lo que Jesucristo condenó no fue tanto las ri­ quezas cuanto el mal empleo de las mismas; no a los ricos, por el hecho de serlo, sino a los que abusaban de sus riquezas, olvidándose del deber de atender con ellas a los necesitados. Que los ha habido en todos los tiempos, es inne­ gable. Para muchos no cuentan las obras de mise­ ricordia corporales, de dar de comer al hambrien­ to, de vestiral desnudo, etc. Ni hablan tampoco las palabras de Jesucristo: «Lo que hacéis con uno de estos pobrecitos, conmigo lo hacéis; ni signi­ fican nada las afirmaciones de San Juan: «Si uno que posee bienes del mundo ve a su hermano que tiene necesidad y lecier asus entrañas, ¿cómo puede haber en él la caridad de Dios?» Tampoco faltan algunos que, después de haber abusado de la necesidad de losobreros para en­ riquecerse a su costa, tratan después de acalar los remordimientos de su conciencia, con limos­ nas, cumpliéndose así el dicho del poeta: «El señor don Juan de Porres, de caridad sin igual, por amor hacia los pobres construyó este hospital. Pero antes hizo pobres...» Por loque a mí se refiere, seríainjusto e ingrato si no reconociese las espléndidas ayudas econó­ micas recibidas de numerosas personas de M a ­ 100

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