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«Quod superest date elemosynam» («Dad lo sj- perfluo a los pobres»). Y es superfluo todo aquello que no es necesario para la vida y para la conservación de la propia condición o estado. Es superfluo, por ejemplo, un reloj de pulsera, guarnecido de diamantes, cuando el mismo servicio haría otro de menos coste. Es superfluo conservar una docena de vestidos, apeli llándose en el armario, cuando tantas familias no tienen con qué vestirse. Es superfluo gastar trein ta mil pesetas por asistir en el extranjero a un partido de fútbol cuando podía contemplarse có modamente en casa a través de la televisión. Es superfluo un millón y medio de pesetas diarias que gastan los españoles en tabaco, cuando la renta media de los mismos apenas si alcanza a remediar las necesidades más comunes. Y eso superfluo, no es del que lo derrocha y malgasta, sino del necesitado, y al reclamarlo no hace más que exigir lo que es suyo. Lo que San Pablo dice,hablando de la autoridad, eso mismo podemos aplicar a nuestro caso. Así como el superior no es superior por símismo, sino porque Dios quiso que lofuese, asítampoco el rico no es ricopor símismo, sino porque el Señor tuvo a bien condecerle esas riquezas. Y así como el superior que abusase de su autoridad, empleándo la exclusivamente en su propia conveniencia, olvi dándose de los súbditos, merecería ser despojado de esa autoridad, así también el rico que abusase de sus riquezas, derrochándolas o invirtiéndolas en negocios inmorales, sin tener en cuenta el fin so- 98
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