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Tomar la cor a de la fe y llena de espe- ranza en Dios decir con aquellos varones de la Escritura, Ástamos « antes Que pr vVerizar. — ¿Y para eso qué debe pensarse? —Que coma es cierta la existencia del sal que nos alumbra y de la tierra que nos s0s- tiene y del aire vital que mantiene nuestra respiración, así es cierta y real € indudable la sados para morir existencia de otra vida á la que se nace al mo- rir y de la que esta presente, no es más que un prólogo. Este pensamiento nos alienta en la lucha y robustece el espiritu en tiempo de adversi- dad y de abatimiento. El soldado que entra en operaciones de combate, nunca pierde de vista el triunfo que anhela y la corona que le guarda tras el ven» cimiento. -¿Por qué asentiis en ese punto la consi- deración? — Porque será preciso recordarlo muy á menudo para no desertar de las filas de Je- sús, ni decaer, ni desmayar, ni ceder en el camino del cumplimiento de las leyes. —¿Qué leyes son esas? —Todas las de la religión y las que dicta el código de Dios para los individuos y para las colectividades. —Concretad la respuesta. —Las leyes del código de Dios son los mandamientos del decálogo; las de la Iglesia constan en cinco preceptos; pero la religión Ñ

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