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' 3 —No digo oso; sino que debe huirse del o de la lujo; y no fuera malo que, á ejempl de Hungría, reina terciaria Santa Isabel despre 1 ro; pues ella siendo reina, aborrecía los ve- áramos toda vanidac oe ese gene- los de color, los mantos ricos, las cintas de seda, etc. Pues qué regla de prudencia nos uenos terciarios? aconsejáis para serenesto! —Dos quisiera recomendároslas, 2 1 I Acomodaos á nuestro estado sin incurrir en ridiculeces ni excesos. 2.? Cuando vestis algún traje de valor, considerad cuánto me- jor debiera adornarse de gracias el alma que de seda el cuerpo. —¿Por qué reprobais tanto ese vicio del la O —Porque engendra sensualidad y no I rece se acomoda con el espíritu de la Ter- cera Orden, que es de Penitencia, ¿Pues qué demanda ese espíritu? —Humildad, moderación y templanza: humildad respecto á nuestras personas; moderación en el uso de los objetos y tem- planza en todas las cosas. CAPÍTULO V. Confesión y Comunión —¿Qué idea formaríamos del terciario que siendo ardientemente solícito de ador- nos y regalos del cuerpo, se cuidase poco del adorno y regalo del alma? —El tal inspiraría ciertamente, aun á los

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