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rencia del espíritu de dulzura y santa con- descendencia; por eso exige la regla que, el que ha de ser admitido, sea de buen natu- ral y amante de la concordia, número 1, capitulo I, a lección que me dáis, es á fe, muy propia de un hijo de San Francisco. —Pues aguardad, que también tengo otra cosa que recomendaros, y que no es menos importante en estos tiempos. —¿Qué cosa es ella? l apartamiento de todo lo que es lu- jo: ello se os prescribe en el número del ca- pitulo 11. Nuestras antiguas terciarias eran por su modestia en el vestir, el tipo de la mujer católica. Hoy los maléficos influjos de la moda re- finada y coquetona, se dejan sentir hasta en los actos sagrados, La modestia del vestido concuerda muy bien con la majestad de la religión y con la dignidad de la mujer. —¿Pero qué es el lujo? —Donosa pregunta, cuando á cierra ojos tropezamos á cada paso y en cada calle con su efigie; pero, pues me lo preguntáis, quiérolo creer sea con sinceridad. El lujo es la demasía en el adorno, en la pompa y en el regalo. —Dáisme una definición que no entiendo muy bien. —Pues os la explicaré en dos palabras. —Ya comprendéis lo que es demasía; y la

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