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296 Sermon XI. cido, ni excogitado de los hombres! Sí dixo la verdad , pues nadie le pudo arguir de pecado, nadie le pudo convencer de alguna falta , y to- dos á su pesar confesaron que obraba bien: si él era el modélo de todas las virtudes y la mis- ma verdad por esencia : si su doctrina era pura, perfecta , sublime y santa , él era ciertamente Dios ;¿ pues él dixo que lo era, y habló la ver- dad. Solo un frenético podrá negar estos hechos. Crede ergo Evangeliste. No me parece fuera de propósito añadir á estas razones tan sencillas, tan claras y demostrativas la autoridad de vues- tro Maestro, á quien seguis y venerais como orá- culo en los extravios , mas no en el conocimiento y confesion de la verdad. Escuchadle , que de esta suerte vuelve á hablaros : “ Quando Platón »describió su Justo imaginario cubierto de todos »los oprobrios del crimen , siendo digno de todo »el premio de la virtud , parece que no hace mas »que describir exácta y menudamente á Jesu- »Christo : salta la semejanza á los ojos de tal » modo , que la conocierón no pocos de los Pa- »dres de la Iglesia, y no es posible engañarse »en el retrato. ¿Pero qué preocupaciones y qué » Ceguera es necesario tener para atreverse á com- »parar el hijo de Sofronisa con el hijo de Ma- »ria? ¡Quánta distancia hay del uno al otro!.... » La muerte de Sócrates filosofando con sus amigos » hasta el último momento, fué la mas dulce que se »puede desear; pero la muerte de Jesu-Christo, »espirando entre los tormentos , escarnecido , in- »juriado y maldiciendole todo el pueblo, fué la

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