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32 Paz interior. verdadera seguridad , une agitaciones continuas y frecuentes peligros; porque cuando nuestro amor propio se estiende sobre una infinidad de objetos, somos juguetes de todos los 'vien- tos del siglo. Quitad pues todas las ramas or- gullosas, y gozareis de la inmobilidud en-me- dio de los huracanes mas violentos Y. MI, —No mirar sinó a Dios solo, es una vida Angélica: mirar á las eriataras es “una vida animal: no mirar sinó ú si mismo. es una vida diabólica. Elegid, Veo que la delibo= racion os causa horror: Pero “la mezcla de cosas tan: opuvstas ¿podría no dejároslá hacer? ¿Temeis ser mucho de Dios que quiere ser todo vuestro , si vosotros quervis sei todo suro? Si supiérais evánto os haria agrad: ble á la Ma- jestad Divina , terrible a los Demonios, edi ficante al prójimo esta entéra renuncia ¡cuán dichosa sería vuestra vida y tranquila vuestra muerte! ¡Cuánto Os escusariais de purgatorio y enriqueceriais vuestra corona! No querriais dispular por una vagatela entre la coneupis- cencia y la gracia. Porque lo digo y áun siento no decirlo mas; Es un nada lo que nos de- tiene despues de haber renunciado objetos grandes, El solitario tiene tal vez mas amor a un animal doméstico, que un gran Papa á toda la gloria y opulencia del soberano Ponti ficado. El amor propio sabe bien mudar de objetos sin mudarse 4 sí mismo. Ya se relira y. se encierra todo entero en: un ángulo del 5 Precidite ramos ejus. Dan. 4, Y. 11,

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