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vez estas palabras: “Señora, ¿que- réis tener la bondad de decirme cuál es vuestro nombre? A pesar de tantas instancias, la Aparición permanecía silenciosa. La niña, como si una inspiración superior la guiara, por cuarta vez dijo.— “:Oh Señora! os lo suplico, ¿queréis tener la bondad de decirme quién sois y cómo os llamáist A esta última súplica, la Aparición des- plegó las manos, suspendió del brazo derecho el rosario, abrió los brazos y los inclinó al suelo, como para indicar las bendiciones que derramaría sobre la tierra. Des- pués, elevándolos hacia el cielo, pronunció con una gratitud inde-

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