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rg AZ ¡ PS rá quizás tanto a nuestro orgullo, como habernos de humillar a con- fesar nuestros pecados al Ministro de Dios. Mas ¡oh! si los pecadores supiesen las delicias que están escondidas en la piscina saludable de la penitencia, ciertamente se apresurarían a lavarse en ella y purificarse de todas sus culpas; si conociesen elriquísimo don que Jesús les ofrece; si acudiesen a la invitación que les hace Jesús di- ciendoles: “bebed de esta agua“ se convencerían de que la alegría y paz interior que se halla en el sa- cramento de la penitencia, excede a toda paz y alegría humana, y que los consuelos que proporcio- na, sonsobretodo encarecimiento.

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