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E marcial — 60 — que a veces una nube de tristeza venía a velar momentáneamente su rostro. Durante todo aquel tiempo conservaba su rosario en la mano, ora inmóvil, abismada en la contemplación de aquél ser divino, ora pasándolo irregular- mente entre sus dedos, o ya to- mando el movimiento ordinario, Hasta aquí el Sr. Estrada. En un momento dado Bernar- dita se adelantó, andando sobre sus rodillas desde el punto donde rezaba, es decir, desde las orillas del Gave hasta el fondo de la Gruta, que se hallaba a unos quince metros. Mientras subía aquella pendiente algo escarpada, oyó de los labios benditísimos de

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