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dad, viendo progresar el entu- siasmo religioso, y deseosa de concluir con aquella manifesta- ción de lo sobrenatural, que era su palmaria condenación, quiso ralerse de la fuerza y de la ame- naza, como en efecto lo hizo lle- vando a Bernardita por los tribu- ales y conminándola con penas y castigos, incluso con encerrarla en la cárcel. A la edad que tenía la niña, bien podía creer la im- piedad seguro su triunfo; pero ignoraba lo que es el poder y la gracia de Dios, que se complace en escoger lo más débil, para con- fundir lo más fuerte según el mundo. Así que a pesar de las prohibiciones que se habían he-

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