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ae Pues bien, cuando Vd. pluma en mano, o dis- curso en boca (y no me parece bien decir /anza en ristre, pot ser Vd. de género femenino) sale «a defender los derechos de la ciencia moderna, lu- chando por su honor, tamquam pro aris et focis, aqui estoy yo para ayudarla en esa tarea y decir- la: si, sefiora sf; yo pongo esa ciencia en los cuer- nos de la luna; defiendo que, bajo ciertos aspec- tos, eran nifios de teta, que no servian ni para descalzar a los sabios de Vd., los sabios antiguos; y, si Vd. afiade que sirven esos sabios para un fregado lo mismo que para un barrido, no me fal- ta a mi ni un tris para creerlo. Pero... {Qué palabra tan fea se me ha deslizado aho- ta por los puntos, de la pluma! Le digo a Vd., se- fiora, que tengo tanta ojeriza contra la palabra pero, que, desde que la conoci, la llevo montada en la nariz; y mas quiero encontrarme en la calle ‘de sopetén con un perro o con un anticlerical, ra- biosos los dos, que en un discurso o en un libro con ella. -Parece su destino fatal aguar la fiesta. Esta uno hecho jaleao convertido en almibar, oyendo en un discursito el retintin de sus alaban- zas; llega el ultimo tercio del discurso (que es donde suelen estar los peros) y jadios mi dinero! jhay que pensar en el notario y en el testamento! porque aquel ultimo tercio es como el delas corri- das de toros, en que tocan a matar. A matar, digo, y no me retracto, porque los peros caen sobre el oyente como verdaderos ja-
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