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23 par en par las puertas de mi Corazón, se le fran- queará la entrada á la mina de aguas vivas y saciará en ella todos sus deseos y beberá á su voluntad y gusto las aguas de vida eterna. Respecto de las ropas blancas entendió la nue- va Magdalena de la Orden Tercera más de lo que ella hubiera querido, y sólo me dijo: “Señor, yo no mo atrevo á decir lo que entendí, porque tengo la obli- gación de respetar y venerar á aquellos bajo cuya obediencia estoy; yo no soy quién para decir lo que entendí; bástele á V. fijarse en el libro de Santa Ca- talina que le dí en donde marca la postal del Sagra- do Corazón de Jesús. Es indecible lo mucho que después tuvo que su- frir por haberme dicho estas cosas, Fué llevada por callejones muy negros y horribles donde personas y espíritus malísimos que odiaban á Cristo la maltra- taron cruelísimamente. Una, que parecía el peor de todos, quiso á viva fuerza hacerla tragar un. zapato horrible é inmundísimo; otros la mordían los brazos, la oprimían el pecho, la apretaban la garganta, y la hacían los mayores atropellos é ignominias. Ella mientras tanto tenía constantemente en su corazón el nombre de Jesús, aunque no lo podía pronunciar. Al fin, haciendo un gran esfuerzo, pudo decir: ¿Por qué me maltratais de esta manera? Dispuesta estoy á sufrir esto y mucho más y hasta derramar toda mi sangre por Cristo Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”. Al oir esto, toda aquella chusma huyó espantada, atropellándose unos á otros y cayendo con gran confusión en los abismos. Después apareció allí un mónstruo horrible; no hay en el mundo. cosa alguna con que poder compararlo. Su sola presencia bastaría para extinguir y matar en todos los corazones el afecto al pecado. Aunque no hubiera en el infierno otra pena que la vista de este mónstruo, bastaba y sobraba ella para atormentar á los condenados lo que los hombres, mientras vivan en el mundo, jamás podrán imaginar. Este mónstruo no se acercó á ella, pero la miró con mucha rabia y coraje, causándole un miedo y