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19, lencia con su fe, con su amor, con sus penitencias y oraciones para derramar copiosamente sobre Espa- ña y sobre todo el mundo aquellas riquezas inmen- sas que contenía el altar y las aguas vivas que ence- rraba la mina, Después de todo esto vió á la Santísima Virgen con un vestido tan blanco, que la nieve parecía obs- cura junto á él, y un manto de azul celeste; de sus manos extendidas salían muchos rayos de oro finí- simo, tal como suele pintarse la Virgen de la meda- lla milagrosa. Al día siguiente en la comunión le dijo el Señor: “Mi casa es casa de oración y no de profanación”.— Señor, dijo ella entonces, ¿que es lo que quereis ?— Mira, contestó el Señor, si tú sintieras mucha ham- bre y te pusiern delante manjares muy exquisitos, pero que tuvieran algo de veneno, ¿comerías tú estos manjares?—No, Señor, de ninguna manera, respon- dió ella.—Pues tampoco á mí me pueden gustar la piedad, las oraciones y las comuniones de muchas personas que vienen á la iglesia á llamar la atención, á lucirse y coquetear, Al retirarse del comulgatorio vió algunas seño- ras que iban á comulgar con sombrero y algún tan- to escotadas; su vista le causó muchísimo asco y re- pugnancia y llenó de amargura y pena muy honda su corazón.. Y mientras estuvo en la iglesia dando gracias, retirada en un rincón, vió a Josús triste, muy triste que decía con gran amargura: “Hija mía, mi casa, que es casa de oración, la están convirtien- do en casa de profanación; es necesario que se pre- dique muy claramente mi Evangelio en todas par- tes, y que mis siervos corrijan sin temor ni respeto humano las faltas de todas las personas, aun de las más distinguidas y nobles. Otras muchas veces ha visto á Jesús, triste y amargado, quejarse de las profanaciones que se co- meten en las iglesias, y de que se consientan en ellas trajes y posturas irreverentes y otras cosas peores. Aunque durante todo el domingo le pareció
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