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m4 penas más horribles que el mismo infierno, llegaron por fin á mudar de parecer y confesar que era buenó y de Dios el espíritu que la animaba. Yo sólo diré aquí que, según mi humilde entender, tiene todas, absolutamente todas las señales de buen espíritu que nos dan los teólogos místicos, y que todas sus cosas están fundadas en la sinceridad, en la verdad, en lá humildad, en la negación total de la voluntad propia y en la obediencia más rendida y absoluta á todos sus confesores y directores, que sola una vez lienen que decirle las cosas, y cuyos consejos son para ella verdaderos mandatos de Dios que cumple al pie de la letra, aunque por ello le sea necesario sufrir amar- guras á par de muerte, El mismo Señor, sobre tedo en los últimos años, ha venido poco á poco avisán- dola y corrigiéndola de algunas imperfecciones y re- sabios de nuestra pobre naturaleza corrompida y pe- cadora, en los cuales no suelen fijarse las personas devotas y espirituales, y ni aun los directores más experimentados paran de ordinario mientes en cosi- llas al parecer tan insignificantes. De mil formas y maneras distintas, á cada cual más bella y encanta- dora, se le ha manifestado después de la coumnión visiblemente el Corazón de Jesús, diciéndole con mu- cho cariño: “Pídeme cuanto quieras que todo te lo concederé de muy buena gana”. Y ella siempre le ha respondido: “Señor, dame una humildad profundísi- ma, la mayor que puedas darme, y haz que se cum- pla mi promesa y ofrecimiento; y después dejaba que su corazón se desbordase en los afectos y sentimien- tos expresados en la oración arriba mencionada. Y por más que el Señor la convidara á pedirle alguna cosa más, ella siempre respondia: Señor, esto me basta. no te pido más, cúmpuase siempre en mí tu santísima voluntad. “Esto sí que es amor, esto sí que es verdadero amor”, repetía el Corazón de Jesús mi- rándola con infinita ternura y desapareciendo de su vista; y el alma de la pecadora arrepentida quedaba anegada por mucho tiempo en un mar de delicias inefables.