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EL MENSAJERO €_x-——_—_— Y bien, preguntarán mis amables lectores, ¿Quién es la persona que nos viene á estas horas con ese Mensaje celestial? Hace algunos años que conozco y dirijo espiri- tualmente á una persona que en su niñez recibió gra- cias y dones muy singulares de Dios; mas en su ju- ventud descuidó bastante el ejercicio de la santa ora- ción, y se disipó su espíritu, y cayó en la tibieza, y tuvo sus deslices, y cometió no pocos pecados, pro- duciendo su corazón ingrato aquellas ortigas, espi- nas y abrojos que tanto afligieron y contristaron al Sagrado Corazón de Jesús, ortigas, espinas y abrojos que hoy punzan, hieren y atormentan cruelmente su corazón arrepentido, el cual no se cansa jamás de llorar amargamente su inmensa ingratitud para con Jesús. El amable y divino Pastor que por salvar las al- mas bajó del cielo y murió en la cruz, tuvo compa- sión de esta ovejuela extraviada, la buscó solícito, y con amorosos silbos, con dulces quejas y paternales reconvenciones; la sacó de su tibieza y de sus peca- dos, :y cargándola amorosamente sobre sus hombros la introdujo de nuevo en el camino real y seguro que conduce al cielo, la oración y la penitencia. Cuando así andaba disipada y alejada de Dios esta pobre alma, acertó un día á pasar por un campo «solitario, donde pocos días antes se había dado una gran misión; y allí la esperaba Jesús con su dulzura inefable y amor infinito para convertirla de veras, estrechandola contra su amante Corazón, y hacer de ella un modelo de pecadores arrepentidos. En medio de aquel inmenso campo se alzaba majestuosa é im- ponente la Cruz de la misión, ante la cual miles de

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