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CAPÍTULO XIX. 91 o monio de la verdad de cada uno de ellos, por ha- berlos obrado y revelado á su Iglesia la primera verdad que es Dios. Los actos de esta Fe repetia muchas veces, consideraba con ellos las maravi- llosas obras de Dios que en ellos resplandecen, holgándose de tener un Dios que las Escrituras todas ni todas las criaturas bastan á declarar sus grandezas y las divinas perfecciones que se des- cubren en ellas. Esta consideracion despertaba en su entendimiento una admiracion tan grande que le sacaba fuera de si, sin poder pronunciar de todo lo que miraba en ellos sino: « ¡Infinito, infinito! » 6 «¡Qué bueno, qué bueno é infinito! ». Deseaba morir por la confesion de estas verdades, como murieron los mártires por ellas, teníales una santa envidia, diciendo que perfectamente merecían toda la honra que les hace la Iglesia por haber derra- mado su sangre en confirmacion de su Fe: « Todo fué poco lo que por ello padecieron: ¡ojalá lo pa- deciera yo todo ello en testimonio de esta verdad, solía decir, y por lo mucho que Dios obró en ellos por mi amor! » 3. De todos los Misterios hizo. suma estima- cion, pero al de la Encarnacion mostró singular afecto y á los de la Pasion de Cristo 5. N. La con- sideracion del amor que Dios mostró á los hom- bres en el de su Encarnacion le pasmaba, viendo que teniendo su Majestad sabiduría á quien no se

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