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CAPÍTULO XVIII 89 con que miraba delante de si la real y verdadera presencia del Hijo de Dios. Estos efectos del tem- blor y lágrimas eran todas las veces que celebraba. Al decir las palabras de la Consagracion hasta des- pues de haber sumido se derribaban de sus ojos unas lágrimas suaves y compasivas; y mirando en aquel sacrificio incruento representado el cruento de la cruz, ponderaba el amor que obligó á Jesus á tanto exceso y le puso en aquel Sacramento para dársele en comida. 91. Estas consideraciones con que avivaba más su fe encendían en su pecho llamas y afectos de amor y de admiracion y de agradecimiento, que derretía su corazon en lágrimas tiernas que sin estar en su mano el reprimirlas se desahogaba con ellas el suyo. Despertaba en los corazones de los que asistían 4 su Misa una devocion grande, que les convidaba 4 que alabasen á Dios, mirando la reverencia y ternura con que celebraba: y no fué esto sólo una vez, pues todas las que le vieron en el Altar se miraban en él estos admirables efectos con que visitaba Dios á su siervo, con estas dulzuras de su bendicion manifestando cuan grata le era en el Altar el alma de su,siervo, donde su corazon le era un verdadero incienso que le exhalaba suave olor de afectos de muchas virtudes, abrasado del fuego de la caridad con que le ofrecía juntamente con el sacrificio de su
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