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CAPÍTULO XV. 79 ES blaba su lengua. Jamas sus pláticas fueron inútiles y ociosas; no gustaba tampoco de oirlas: las de 38 mundo eran algarabía para él, y estaba en todas E como sordo y mudo, con que mostró no ser vana su Religion sino verdadera, no vaciando su alma AS con el mucho hablar, que el espíritu de la devocion 8 y calor santo de la oracion suelen exhalarse cuando las palabras son muchas aunque sean buenas. ; 79. Con este fuerte muro del silencio tenía se- 3 gura la fortaleza de su alma y cerrados los pasos al | enemigo. Hallaron los doctores misticos diferencia entre el silencio regular y el evangélico: que aquel prohibe á los Regulares hablar en ciertos tiempos - $ y lugares, y el evangelio prohibe el hablar pala- A ociosas, y lo son las que son sin provecho espiritual del que las dice y sin edifieacion del | que las oye. De este silencio evangélico fué el 3 P. Ignacio tan fiel observador, que los que de más cerca le trataron afirman que jamas le oyeron ni una palabra ociosa ó ménos decente, ántes tudas las suyas eran con edificacion de los que las oían; hablaba siempre muy poco, no levantando la voz más de lo que era necesario para que los que le oían le percibiesen. Este era el ordinario modo de hablar del P. Ignacio, y aborrecía como vicio con- tra la disciplina regular el hablar alto y decía que ese modo de hablar no sólo no era propio de Reli- giosos pero ni de seglares modestos.

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