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CAPÍTULO XIL. 69 pedía 4 Dios por su salud. Para los seglares fué tambien grande su caridad; no la retardaban ni las inclemencias del tiempo, ni los frios, ni los ca- lores, para ir á consolarlos y á ayudarlos á bien morir. Visitaba los hospitales y las cárceles, pro- curando el consuelo y remedio de todos; cuando no podía otro, los dejaba consolados con sus compasivas palabras, ofreciéndoles de encomendarles á Dios, y lo mismo pedía á los demas Religiosos. Para los pobres de la portería separaba parte de su comida; á un pobre estudiante que por falta de ropa no podía salir de su casa ni proseguir sus estudios, le remedió buscándole un vestido. No podía ver necesidad de que no se le rompiesen las entrañas de compasion, y cuando no podía ni tenía con que remediarla, como otro S. Pedro que le dijo al tul- lido: « No tengo oro ni plata, pero te doy lo que tengo: en el nombre del Señor, levántate sano », y lo estuvo luego, dándole gracias 4 Dios; lo mismo hacía el P. Ignacio con la gracia que Dios le había dado de obrar milagros, con que remedió un sin- número de necesidades, como veremos luego. Con - esta caridad no sólo iba á visitar 4 los enfermos á que le enviaba el Prelado y á los que le lla- maban, sino tambien á muchos que ni le habían llamado ni él tenía noticia de su enfermedad, que se admiraban el haberlo sabido él sin ellos decír- selo; y á todos visitaba, sin diferencia, á ricos y e” |

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