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CAPITULO XI. 67 si vendran? ya que estuviesen aquí y me quitasen la vida por Cristo. » Estos eran sus deseos, de esto eran todas sus pláticas, y solia decir con grande afecto: « De mil amores iría yo á tierra de infieles á4 predicarles la fe de Cristo, para que por ella me martirizaran; miéntras no dé la vida por quien la dió por mi, ni hago ni haré jamas nada. » De su amor y caridad en órden al prójimo. CapriruLo XII. 66. Ninguna prueba mayor del amor de Dios que el de los prójimos, no puede ser aquel verda- dero faltando este. No nos dejó Cristo en su Evan- gelio otro testimonio que el amor de ellos, poniendo en la guarda de estos dos preceptos toda la perfec- cion cristiana. Esto significó cuando dijo: amaras á Dios de todo tu corazon; este es el primero y el mayor de sus preceptos. El segundo que es se- mejante á este, dice así: al prójimo amaras como á ti mismo; y la semejanza y trabazon que hay entre los dos es tanta, que no se puede satisfacer el primero sin cumplir con el segundo: porque el fin por el cual se ha de amar al prójimo ha de ser por Dios. Grande fué el que tuvo á Dios (como hemos visto en el capítulo precedente) el P. Igna-
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