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39 2. dE a AL A E 4 A e E ¿ A A cas eN e eE í al E] E URI AA E sE: ú > $ 4 3 . e E ? td CAPÍTULO XI. 65 deseaba y que ya estaban los Moros á la puerta, y con ser el que estaba mas léjos de ella en un rincon del coro, fué él el que llegó primero rom- piendo por medio de la Comunidad, diciendo con fervor: « A mí primero, á mi primero », queriendo serlo en morir por Cristo; pero luego quedó más triste que la noche, cuando supo que el de las voces y golpes con la oscuridad de la noche y no saber la tierra, había perdido el camino y buscaba: quien le volviese á él: volviose triste el P. Ignacio á4 su lugar, diciendo: « Pobrecillo yo, pensé que eran los Moros que ya estaban, ¡ay! » 63. Era otra vez Guardian del convento de Vi- llafranca del Panadés, en la provincia de Cataluña, y oyendo tocar una noche á rebato de Moros que habían salido de sus naves á tierra, tomó un com- pañero y con un crucifijo en la mano caminó más de dos leguas á la marina á buscarlos y predicarles nuestra fe contra su maldito Mahoma, y caminaba tan ligero que parecía que volaba (dejándose atras á su compañero con ser mozo), con ánsias de que le martirizaran; pero cuando llegó y supo que se habían ya embarcado, no se puede explicar su sentimiento y dolor de que se le hubiera malogrado aquella ocasion. Nadie con más ánsias deseó su salud, ni el abrasado de sed el agua, que el P. Ignacio dar por Cristo su vida á manos de los enemigos de nuestra fe. 4 . +
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