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CAPITULO XI. 63 y si veia alguna ofensa pública que á El se había hecho, con caridad y celo santo la corregía; y las que se le hacían á él luego las perdonaba, que no fué esta la menor entre sus virtudes, porque siendo de natural vivo y colérico le tenía ya tan mortificado y héchose tanta violencia, que se había vuelto como insensible á los agravios que no le fal- taron para que se manifestara más su virtud, y con la prueba de ella no le faltare el mérito de la paciencia y sufrimiento. 50. Pero el más encendido afecto que despertó en su alma este divino amor, fué un continuo y: eficaz deseo de dar su vida por Dios y de pade- cer por El los tormentos del martirio: todo lo de- mas juzgaba como por nada miéntras no llegaba á este. Encendían estas llamas dos poderosos mo- tivos: el uno, la sentencia en que dice Cristo por S. Juan, que lo que en más puede mostrar el amor que uno tiene á su amigo es dar su vida por él. El otro, la consideracion de que este Señor para mostrar el que le tenía, había dado por él su vida en una cruz: y parecíale que si no le hacía semejante retorno, no le amaba, pagando con la vida deuda tan grande. Estos motivos miraba con atenta consideracion su alma de dia y de no- che; de esto eran sus pláticas, no deseaba cosa más que el martirio y no de otra gustaba más que de que le hablasen de él; y entónces mos-

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