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CAPÍTULO X. 59 personas que los estimaban por su doctrina y por escritos de su mano. La materia de sus conversa- ciones era toda de cosas interiores y de devocion, y hablaba su lengua de la abundancia de su co- razon. Era este ejercicio de tanto aprecio en el suyo, que no encomendaba cosa alguna con mayor encarecimiento á los Religiosos que este; decía que era la columna más fuerte que sustentaba toda la Orden, y que faltando esta declinaría ella de la suya: ella es la que ha dado á la Orden tantos varones insignes en virtud como en ella han flo- recido, y los dará miéntras durase su ejercicio. 56. Y para que el fuego del divino amor que en la oracion había prendido en su corazon no se apa- gase, y estuviese siempre ardiendo, usaba muy fre- cuentemente de unas buenas oraciones ú jaculato- rias que cada una era un afecto encendido de amor de Dios. Repetía muchas veces aquel verso de Da- vid: Omnis spiritus laudet Dominum. Leía él como dice otra letra: Omnis respiratio laudet Domi- num; alaben á Dios todas las respiraciones. Decía él (y hacía lo que decía) que el alabar y amar á Dios había de ser tan frecuentemente como el res- pirar, y que cada respiracion había de ir acom- pañada de un afecto encendido de amor de Dios, y que como el corazon respirando atrae el aire con que vive y alienta de contínuo, el alma respi- rando actos de amor de Dios atrae el espíritu del
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