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CAPÍTULO VIIL. 45 de vivir era para admirado y no para imitado. Los ordinarios y comunes rigores de la Orden son muchos, y á veces obligan á los achacosos á al- guna remision; pero el P. Ignacio jamas quisó usar de ninguna con padecer algunos males, pues estaba quebrado y rato por el espinazo, viejo, flaco, sin fuerzas y con más de SU años de edad, perseveró con tanto teson en sus rigores hasta que murió como si fuera el hombre de naturaleza más robusta y fueran muchas sus fuerzas y menor su edad. 40. Fué admirable su abstinencia. Fuera de los ayunos y cuaresmas de la Iglesia y de la Orden, ayunaba las de nuestro Padre S. Francisco y con tanto rigor que apénas comía; jamas quisó admitir cosa alguna fuera de lo que se daba á todos en la mesa, y de eso era muy poco lo que comía; ni aun estando enfermo quería que le tratasen como tal, aunque lo ordenase el médico, siendo necesario que se lo mandase el Prelado para que remediase su necesidad, y decía: « ¿Es que no me hallo yo con fuerzas para llevar los rigores de la Orden? Si ahora tratamos bien al jumento, despues volverá . de mala gana al trabajo, mejor es que pase con lo 4 que ya está hecho, que la naturaleza se con- tenta con poco cuando ya está acostumbrada. » 41. No tenía el Convento de Onteniente una no- che para cenar más que una ensalada de yerbas cru- das, y el P. Guardian compadeciéndose del santo

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