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CAPÍTULO VII. < 43 cama. Los dueños de la casa como conocían tanto al P. Ignacio y sabían cuan mal estaba con las mujeres, para burlarse de él hicieron subir una criada al cuarto donde estaba, diciéndola le hiciese algunos chistes. Hízolo así riéndose la criada, y el P. Ignacio lo sintió tanto que comenzó á dar voces. Subieron riendo los dueños, diciendo que ellos lo habían hecho por reir un rato; pero él sin aquie- tarse daba prisa al compañero para que se fuesen de aquella casa, y ni fué poderosa ninguna satis- faccion ni el pedirle perdon de la burla, ni pudó sosegar hasta que se vió fuera de ella. Del rigor y mortificacion con que se trató siempre, CaríruLo VIIL 38. Compararon con mucha propiedad los Santos la virtud de la castidad á la cándida azucena, pu- risima y hermosísima flor, pero tan tierna y deli- cada que no sólo se maltrata y pierde su hermo- sura y fragancia pisada, pero aun manoscada queda ajada y deslucida, el sobrado calor del sol la mar- chita, las aguas y el viento la deshojan; no es menor la delicadeza de la castidad que no sólo queda ofendida y destruida con su contrario, pero aun un pensamiento extraño la mancha y la me-

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