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CAPÍTULO Y. | 35 volviese muchas veces á mirarlos siempre con ma- yor admiracion y grande consuelo de su alma. Volvió el. P. Iguacio del éxtasis y prosiguió la Misa hasta acabarla, y desapareció el resplandor; y los dos mancebos haciendo una muy profunda reverencia al SSmo. Sacramento fueron á llamar á la portería. Salió el P. Fr. Vicente de Pera- meña á abrir la puerta, y viendo á los dos man- cebos tan hermosos quedó admirado y aun turbado de su peregrina belleza que le pareció más que humana. Díjoles si querían algo, y ellos le respon- dieron: « Tome, Padre, esta limosna que le trae- mos. » Entregáronle un costal sin costura alguna lleno de pan blanco y tierno, y en el mismo punto desaparecieron: de lo cual quedó el P. Fr. Vicente más atónito, teniendo por cierto que eran Angeles los que había visto en forma humana. No sabía aun lo que le había pasado al P. Ignacio en la Misa, al cual despues de haberse quitado en la sacristía los ornamentos sagrados, dijo Fr. Fran- cisco de Daroca: « Padre, ¿qué ha sido lo que hoy le ha pasado en la Misa? ¿qué resplandor fué aquel? ¿y quienes eran aquellos mancebos tan her- mosos ? » Díjole: « ¿Es posible que lo haya visto? », y respondiole que sí, y se le postró en tierra y con las manos juntas con grande afecto le rogó por las entrañas de Cristo que no lo dijera á nadie. Estando en esto, llegó con el costal del pan el
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