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CAPÍTULO Iv. él, y él con sus ojos veia los maravillosos efectos de ellos. Cuanto más le cargaba Dios de estos favores, más se humillaba con su peso y se con- fundía más juzgándose indigno de ellos, teniéndose no más que por instrumento incapaz de su gloria, conociendo era toda de El, como autor de ellos. A los que habiendo recibido la salud le daban por ello las gracias, les decía: « No á4 mi sino á Dios, que El lo ha hecho »; si obraba Dios alguna de estas maravillas á sus ojos, luego huía más que de paso al convento, huyendo el aplauso que le podían dar por ello. No aumentaron ménos los méritos de su humildad los continuos asaltos que le daba Satanas á la suya, persuadiéndole se tu- viera por santo, pues O0braba como tal tantas ma- ravillas y sabía todos los secretos reservados á solo Dios. Pero de estos importunos y molestos pensamientos se escapaba por lo humilde, confun- diéndose y humillándose más, conociendo era la gloria de estos favores toda de Dios á quien de contínuo la refería como suya. De su evangélica pobreza. CarítuLo V. 25. Es la virtud de la Evangélica Pobreza muy hija de la humildad, tan parecidas ambas que los Santos hallaron entre las dos gran semejanza por el an

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