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CAPÍTULO IV. 2 sus puertas: y no fué bastante esta diligencia para que aquella multitud se fuese de la calle, ántes iba creciendo más, pidiendo á voces les diese su bendicion, y fué forzoso á los ruegos importunos de los que estaban dentro con él, resistiéndolo siempre el P. Ignacio, que desde una ventana se la diese con mucho desconsuelo suyo, y consuelo grande de toda aquella gente en quien con la señal de la eruz que les hizó obró Dios muchos milagros como veremos despues. 23. Del cansancio y sentimiento de ver las hom ras públicas que le hacía aquella ciudad, enfermó de tal manera en la casa en que estaba hospedado, que era del padre de un religioso nuestro llamado Fr. Peregrin, que dudaron los médicos de su vida. Pasó la palabra del peligro en que estaba, y cargó. otra vez tanta gente que no se vaciaba ni de dia ni e de noche la casa para verle y recibir su bendi- cion, sin que diesen lugar que no se le podía acudir á las necesidades de su enfermedad ; y te- miendo los del cabildo de la ciudad si moría allí, no viniesen los de Orihuela y los llevasen el cuerpo, pusieron guardas con armas á la casa y enviaron un propio á nuestro P. Provincial, supli- cándole les dejase allí el cuerpo del P. Ignacio, que allí lo venerarían como merecía. Viendo los dela casa que no podían acudir al remedio del enfermo por el estorbo de la gente, acordaron su-

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