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ct, + 4 EE E a a EA ES St Pad E SE ER OE A ae A E SíSa le e Cl FR pe e see A e, EA EA pa : o dO á 300 ya Eo” pe pd z a » 2hy - , CAPÍTULO IV. 23 a sufriese Dios, que merecia estar.en el Infierno bajo los pies de Lucifer; y lo que es más admi- rable en la humildad de este grande siervo de Dios, es que vivia siempre sobresaltado de temores de su salvacion, que siendo sin reprension su vida que ni una _ palabra ociosa se le notó jamas, du- daba si se salvaría: si bien confiaba de la miseri- cordia de Dios, pero estaba tan poco satisfecho de sus obras y servicios, mirando imperfectas las suyas y que no había servido como debía á Dios, que con este concepto perdia de vista todo lo bueno que tenía hecho en su servicio y no ha- llaba en sí cosa que le asegurase su salvacion; dudaba de la suya y temía que se había de con- denar: confesábase todos los dias para decir Misa. Miraba su humildad lo bueno que hacía lleno de imperfecciones y defectos, y se acusaba no de lo malo que había hecho sino de lo bueno que jun- gaba haber hecho mal: y con ser sus virtudes tan- tas y tan heróicas, no veía ninguna en sí, siempre trataba de comenzar como si no tuviera ninguna, 19. Vinole un dia á visitar á nuestro Convento de Valencia el santo Fr. Domingo Anedon, de la Orden de Predicadores, varon insigne en virtud y en opi- nion por sus muchos milagros y muchas virtudes en vida y en muerte, y por aquellos está su cuerpo elevado en su convento de Valencia, venerado de todos como de santo. Así como vió al P. Ignacio, .

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