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CAPÍTULO XL. que se encomendase al P. Ignacio. Hízolo con mu- cha fe, y al mismo punto hechó una piedra muy grande y quedó libre del mal. 269. Gregorio Sarrabal, vecino y mercader de la ciudad de Alicante, fué un dia á nuestro con- vento y le suplicó al P. Guardian le dijera una Misa de gracias. Preguntole por qué beneficio : respondiole que aquella noche se había hallado muy apretado del dolor de piedra, y que llevando un pedacito del hábito del P. Ignacio que le había dado un P. Capuchino, encomendose con muchas veras á su intercesion, y luego se sintió libre de él, que lo tuvo por milagro, y agradecido del favor había pro- metido una Misa de gracias. 270. Juan Gil, vecino de Orihuela, tuvo una vez un flujo de sangre tan contínuo y tan copioso que, en diez y ocho horas que le duró, echó más de doce libras de ella. No le fueron de provecho cuantos remedios se le aplicaron: hallose apurado el ciru- jano que le curaba; no sabía ya más que hacerse. Viendo se iba muriendo este hombre sin remedio, le exhortó á que se encomendase al P. Ignacio. Res- pondiole que lo haría con gusto, « porque en otra ocasion aun viviendo me curó de una enfermedad ». Dijole Jerónimo Martinez, que así se llamaba el cirujano: « Pues yo voy á traerle unas reliquias suyas »; trájolas y se las pusó sobre la cabeza. Cosa fué que dejó 4 cuantos lo estaban mirando

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