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MN JN Ma CAPÍTULO XXXVII. 219 pu y patente y grande milagro, como había obrado por los méritos de su siervo el P. Ignacio. Y la don- cella agradecida y para perpétua memoria de él, colgó en su sepulcro el hábito que tenía prevenido su sepulcro. 249. Angela Clemente mujer de Baltasar de Le- gasa, vecino de Orihuela, tuvo una niña de edad de dos años enferma de garrotillo y llegó al último extremo de su vida, sin haber remedio para que pu- diese pasar alimento ninguno; estaba ya helada y hierta, y con las agonías de la muerte. A este tiempo fué á verla el licenciado Legasa, deudo suyo, y dijo 4 su madre: « Encomiende su hija al P. Igna- cio el Capuchino: ya sabe cuantos milagros obra Dios por él; confie que por este medio alcanzará salud la niña: póngale alguna de sus reliquias ». Uno y otro hizo la madre: púsole al cuello unas re- liquias del siervo de Dios: y al mismo punto la que lloraban muerta, alegró á todos, tan viva y sana, que alegre pidió de comer, quedando sin ras- tro del garrotillo, convidando á los que poco ántes la habían visto á que alabasen á Dios que se mos- traba tan admirable en su siervo el P. Ignacio. 250. Angela Alcorica mujer de Pedro Martinez, vecinos tambien de Orihuela, tuvó tambien un hijo de garrotillo en manifiesto peligro de la muerte, porque hacía algunos dias que no tomaba sustento. ninguno, ni podía aun pasar el agua. Encomendole
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