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CAPÍTULO XXXV. 207 ridad que nos hace » - « No me diga eso, Padre Presi- dente, le decía, que yo vengo con mucho gusto á visitar los enfermos de este convento », respondía el doctor. « Y aun por eso », decía el P. OE « En- comiéndeme á Dios, que no quiero otra paga de los Padres Capuchinos », decía el Doctor. Despues de muerto el P. Ignacio, enfermó el dicho doctor Gil: la enfermedad fué tan grave, que le desahuciaron los demas médicos. Habianle dado ya todos los Sacramentos; pasaba de ochenta años de edad, con calenturas continuas; nada le prometía vida: y fuele apretando tanto la enfermedad, que le dejó privado del uso de todos.sus sentidos. Trajéronle un hábito de nuestro convento para enterrarle con él, y teníale sobre su cama. Había Religiosos de todas las Or- denes para ayudarle á bien morir, pero nadie le decía nada, por verle no estaba capaz para perci- bir lo que se pudiera decir: todos estaban aguar- dando cuando espirariía. Estaban tambien allí dos religiosos nuestros el P. Fray Juan de Alicante con Fray Pedro de Valencia, y este le dijo: « Padre, dí- gale dos palabras de Dios al enfermo, siquiera por echar de allí al demonio y para consuelo de los de- mas que hay aquí. » Fué el P. Fray Juan, y á las primeras que le habló, abrió el enfermo los ojos y con una voz mayor que sus fuerzas dijo: « Dios se lo perdone, Padre, ¡y de qué buena compañía me ha privado! » Admiráronse cuantos se hallaban

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