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CAPÍTULO XXXIV. 203 gunos prodigios á los que á ese tiempo imploraron su intercesion para remedio de sus males. Al tiempo que sacaron de la Iglesia de nuestro convento el cuerpo para llevarlo á la mayor de la ciudad, era tanta la multitud de pueblo que había en la plaza de dicho Convento, que se ahogaban apretándose unos á otros. Quien más sintió este trabajo, fué Juana de Roda, mujer de Juan Bernal: fué tanta la afliccion en que se vió, que se tuvo por muerta ahogada; y obligada de esta congoja se volvió con grande afecto .al siervo de Dios, diciendo: « Padre Ignacio, ¿por qué, Padre mio, permitís que padezca este trabajo? ayudadme, que se me acaba la vida. » Al mismo instante sintió, sin ver de quien, que la tomaron por los brazos, y levantándola en peso, la pasaron por el aire á la otra parte de una acequia de agua muy honda y hancha que estaba delante de la dicha plaza, y la pusieron en salvo: quedando pasmada la mujer de esta grande mara- villa, dando á Dios y al P. Ignacio las debidas gra- cias por ella. 231. Juana Rodriguez, mujer de Jerónimo Escala, padecía todos los años un mal penoso en los ojos, que le era estorbo para acudir á las obligaciones de su casa. Al tiempo que llevaban de su convento á la iglesia mayor el cuerpo difunto del P. Ignacio, se sentía tan agravada de su mal que tenía casi perdida la vista: y como oyese el alboroto grande : e "7 po q
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