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CAPÍTULO IL. guen á ella y lleguen sin estorbos á alcanzarla, qui- tando los que el enemigo infernal les pone, y desha- ciendo los embustes que les arma para estorbarles el paso, para que libres lleguen al palio de su vocacion. Esto se vió en la del P. Ignacio á la Religion de los capuchinos. Partiose del campo para la ciudad de Milan en compañía de otro sol- dado para pedir nuestro hábito. Como no supiesen la tierra, presto erraron el camino: salioles al en- cuentro un hombre desconocido é hizóseles muy amigo, y preguntándoles donde iban y diciéndole que á Milan: «dejado habeis el camino, les dijo, amigos, pero seguidme que por la mañana yo os pondré en él, y esta noche sereis mis huéspedes. » Era ya cerca de anochecer é iban con él. A este tiempo se les apareció un ángel (asi lo decía el mismo P. Ignacio) en hábito de clérigo y les dijo: « Mancebos, ¿donde vais con ese hombre que os lleva á quitaros la vida en estos valles donde no hay camino para ninguna parte? » — «Señor, este hombre nos ha ofrecido guiarnos á Milan y acogernos esta noche », dijo el P. Ignacio. « Dé- jadlo, dijo el clérigo, id 4 aquella cabaña de pas- tores » (mostrándosela desde allí), y dicho esto desapareció. Llegaron á la cabaña, y los pastores que hallaron en ella los acogieron aquella noche con mucha caridad; y contándoles lo que había sucedido con aquel rústico que los guiaba, los

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