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CAPÍTULO XXXIII. 199 una confusa y al mismo tiempo bien ordenada procesion, con la mayor solemnidad y aplauso, que no se había visto otra, de Canónigos, Clerecía y Comunidades de las religiones, cantando todos con “la música de la Catedral Salmos .é Himnos, que no parecía entierro de difunto, sino triunfo rego- cijado de una muy gloriosa victoria. Iba el cuerpo del P. Ignacio sobre los hombros de los Prelados de las Religiones, sobre unas desnudas tablas y por cabecera unos tronquillos de madera: las cam- panas todas no paraban de tocar un punto á fiesta solemne, los ministrilles y la música lo hacian más alegre, las calles estaban tan llenas de gente que estorbaban el paso, las mujeres de las ventanas arrojaban atadas con cintas, sus rosarios y cuentas sobre el cuerpo cuando pasaba. Aquella tarde, con ser de invierno y haber hecho el tiempo borrascoso aquellos dias, fué tan serena, clara y apacible, que pareció de primavera, y uno de los señores Canó- nigos dijo que parecía que Dios había alargado más aquel dia. 227. Llegaron con el cuerpo del siervo de Dios á la iglesia mayor, en cuya puerta estaba aguardán- dolo el Señor Obispo Balaguer para recibirle y honrarle; entráronle con mucha música y muchas luces; teníanle ya en medio de ella preparado un túmulo levantado, ricamente adornado de sedas: y sobre él pusieron el cuerpo del Padre Ignacio

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