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$ CAPÍTULO XXXIII. 197 su P. Provincial. Respondieron que por aquel ca- mino era dilatarle mucho, y poner en contingencia su pretension. Dijoles el P. Guardian que si tenían gusto, juntaría el convento para ver lo que en ello sentía, pero que él no mudaría de parecer. No dieron lugar para esto: « por lo ménos, dijeron, dé- nos lugar V. R. para que vengamos esta tarde á cantarle unos responsos ». Respondió el P. Guar- dian que agradecía la caridad y honra que le ha- cian al P. Ignacio: y con esto se despidieron. 225. Entre tanto no paraba un punto el concurso de la ciudad y de los pueblos vecinos, donde habia ya llegado la noticia de su muerte, que acudían á verle y venerarle. Por la tarde vinieron á nuestro convento el Cabildo Eclesiástico, la Clerecía de todas las parroquias, las Comunidades de todos los conventos con sus insignias y hábito de coro y con sus Cruces altas, los señores Jurados en forma de ciudad, con sus garnachas, todos los oficios y ofi- ciales de ella con sus pendones y banderas, é innu- merable pueblo que los seguía, que parecía no ha- ber quedado nadie en la ciudad: cuantas campanas había en ella, no paraban de tocar á festa ...... Entraron en nuestra Iglesia los Señores Canónigos y Jurados (no entendió nuestro P. Guardian la segunda intencion con que los embajadores y co- misarios le habían pedido venir á la tarde á can- tarlc los responsorios; cogiéronle descuidado). Co-

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