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CAPÍTULO XXXII. 195 manos. Toda la mañana no se vió jamas vacía de gente la iglesia, é iba cargando más con el dia. Todos pedian á voces reliquias del santo viejo, y dos de nuestros religiosos no paraban de cortar pedazos de su hábito para satisfacer á su devo- cion. Muchos religiosos de las demas Religiones, sin ser llamados fueron aquella mañana á decir Misa por él: y uno de ellos, con sobrado afecto la quiso decir de un santo confesor, y nuestro P. Guardian le rogó que no hiciese tal, que aquello era ade- lantar las materias: que la dijese de difuntos. En- tónces dijo él: «La primera que me saliere en el altar, abriendo el misal, he de decir »: fué, y al abrirle halló la de todos los Santos y dijo esta, lo cual aunque no imitable, confirma en cuan grande opinion tenía al P. Ignacio. 224. A las ocho de la mañana, llegaron con una embajada á nuestro P. Guardian de parte de los dos cabildos, eclesiástico y secular, los Señores Canó- nigos Collado, el Señor Maestrescuelas D. Juan Garcia, y el jurado mayor de los caballeros D. Mar- tin: y representáronle los inconvenientes que ha. bía de que el cuerpo del P. Ignacio quedase fuera los muros de su ciudad, y las razones que les movían á suplicarle para que permitiese lo de- jase llevar para que se le diese sepultura en su iglesia Catedral. Los inconvenientes que represen- taron fueron, que estando fuera, temían no viniese A A k 5 q AA

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