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CAPÍTULO XXXII. 191 rioso despues de su muerte á dicha Catalina Mar- tinez, y diciéndole si diria con juramento delante el Señor Provisor lo que sabía del P. Ignacio; ella como mujer tan recogida y humilde, viendo que auténticamente había de constar el favor que Dios le habia hecho, para no se dijera de ella la favorecía el Señor con semejantes visitas, se excusó diciendo que no le obligasen á ello, que en su vida no se había visto ante ningun tribunal. Pero el Señor que quiso que viera al P. Ignacio glo- rioso, ordenó para gloria de su siervo dijera au- ténticamente como le había visto. Aquella misma noche, le dió un cólico con tanto rigor que la trajó á puntos de morir. En medio de sus congojas mor- tales se acordó del P. Ignacio, representándosele tan claramente como le había visto, y tuvo por cierto que el mal que estaba padeciendo era cas- tigo que le enviaba Dios por su silencio, y que el siervo del Señor no sólo se había dado á ver por su consuelo, sino para que dijera como le había visto para testimonio de su gloria. Y estando con estos pensamientos, dijo: « Padre Ignacio, si me li- brais de esta enfermedad ó mal que padezco, yo prometo decir á honra vuestra lo que he visto de vuestra gloria ». No lo había acabado de pronun- ciar, cuando en el mismo instante se vió libre de aquella molesta y peligrosa enfermedad: con que confirmada de que era la voluntad de Dios, que di-

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