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CAPÍTULO XXXII. 187 rigor los últimos años. Al tiempo que el P. Ignacio estaba enfermo, estaba ella en cura de este accidente en manos de los médicos, que le aplicaban muchos medicamentos. Ofendíale mucho la luz del dia, y por este respecto tenía siempre muy cerradas las ventanas de su aposento, sirviéndose de la de un candil. La noche de la Expectacion de nuestra Se- ñora, que fué en la que murió el P. Ignacio, des- velada con sus ordinarios y continuos dolores, se acordó del P. Ignacio, y se le presentó tan viva- mente á su imaginacion que no podía sino pensar en él, y le parecía que le estaba mirando con sus ojos: y sintió en su alma un consuelo tan grande y un gozo espiritual, que parecia ardía y se abra- saba todo su cuerpo y su alma: cosa que jamas había experimentado. Despertó á su marido y le preguntó si había muerto el P. Ignacio: quien le respondió que no lo sabía; encomendose á su in- tercesion, y se quedó dormida, cosa que en medio año no había podido conseguir. A la mañana, certi- ficada de como ya era muerto, se volvió á enco- mendar á él más de veras, creyendo que estaba en el cielo gozando de Dios, pidiéndole que pues ya le gozaba le alcanzase de él la salud y que le quitase aquellos dolores. Supo que la hora que él espiró en su convento, fué en la que ella tuvo aquella representacion de él, y en que sintió aquel grande gozo espiritual en su alma, y á la que pre-

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