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CAPÍTULO XXXI. 185 guió el Señor Maestrescuela, ponderando el gozo inefable que tienen los bienaventurados viendo á Dios, y dijo: « Quam dilecta tabernacula tua, Domine virtutum »: y arrancando un suspiro de lo profundo de su alma el P. Ignacio respondió: « Concupiscit et deficit anima mea in atria Domini. » Advirtió que estaba el P. Ignacio fijos los ojos en una imágen de Cristo Crucifijado, que tenía delante, y dijo el Señor Maestrescuela: « Mire á Cristo Redentor nuestro, puesto en esta cruz; considere los muchos dolores que ha padecido en ella por nuestro amor, y Vuestra Caridad está descansando en esa cama »; y respondió él, lo que Urias á David: « Arca Dei et Israel et luda habitant in .papelionibus... et ego ingrediar domum meam? » Con que mos- traba, con respuestas tan á propósito, cuan atento estaba, cuan en el caso, y cuan entero tenía el juicio y todos sus sentidos, cuando estaba bata- llando con las agonías y ánsias de la muerte, que convidaba á todos á que le diesen á Dios muchas alabanzas. Suspenso todo en su Majestad , con afectos contínuos del corazon y esperanzas ciertas de gozarle, con una paz grande del alma y quietud grande de su cuerpo, con el juicio entero y los sentidos claros y enteros, como si se pusiera á dormir, y diciendo « ¡Jesus, María! », dió su alma al Señor, adornada de virtudes y rica de méritos, á los sesenta y cuatro años de vida de verdadero

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