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172 MILAGROS e mil reales la seda. Esta misma abundancia experimentó en adelante la dicha Francisca todos los años que crió gusanos, miéntras vivió do | P. Ignacio: y lo atribuía á la bendicion. 202. José Adam, vecino de la villa de On) niente, se le enfermó una yegua ó caballo que esti- maba mucho, por serle de mucho servicio, y le había 24 ba de hacer mucha falta si se le moría. La enfermedad Si era la ordinaria que suelen padecer semejantes ani- males: habíanle hecho muchos remedios, y ninguno había sido de provecho; y túvola ya por muerta. Volvía á este tiempo el P. Ignacio al convento de - una procesion general que se había hecho en la villa, vió 4 la mujer de dicho José Adam, pre- guntole qué tenía, por ser muy conocida y vecina de nuestro convento, y ella le significó el cuidado con que estaban. El le dijo: « No se tome pena, hija, - que no será nada el mal del animal: vamos »; y lle- gando á su casa, le dió la bendicion al animal y se fué luego. Luego probaron de darle de comer, y se levantó con mucho brio y comió con tanto aliento como si no hubiera pasado ningun mal, y estuvo en adelante buena. 203. Martin Hernandez, vecino de Orihuela, ha- bía perdido una jumentilla que era sus pies y ma- nos, por ser hombre pobre y con ella trabajaba para sustentar su casa: y aunque habíala buscado con cuidado no pudo jamas hallar rastro de ella. Fuese

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