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CAPÍTULO XXIX. 171 instantes: y cuando se esperaba no tener aquel año cosecha de seda, la tuvo muy rica, como el P. Ignacio se lo había enviado á decir. 201. Francisca Llisa, vecina de Valencia, vivía en la calle que llaman de Alboroya cerca de nues- tro convento. Pasando por su puerta el P. Ignacio al tiempo que criaba los gusanos de seda, suplicó le hiciese la caridad de subir donde estaban y darles su bendicion, diciéndole que todos los años .e e de hecho el gasto, se le enfermaban y no subían á las ramas á hacer su labor. Respondiole el P. Ignacio: « No hermana, no me puedo detener, que es tarde y han tocada las Ave Marias, y el P. Guardian me reñiría ». La mujer por no perder tan buena ocasion, llena de fe se lo volvió 4 su- plicar. Dijole el compañero, que era el P. Fray LEs- teban de Algemesí: « Padre, consuélela y bendiga- los desde aquí de la calle. » Preguntole él: « ¿En cuantas casas de labor ha puesto? » Respondió ella que en tres. « ¿Cuanto suele dar (dijo él) cada onza el año que es más acertado? » Respondió el P. Fray Esteban que nueve libras de capullo, y levantando el P. Ignacio la mano desde la' calle, dijo: « Ani- males de Dios: en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, yo os doy mi bendicion, para que deis tanta seda, como ha dicho el P. Fray Esteban ». Fué cosa extraña, que de cada onza tuvo puntualmente nueve libras, y le valió aquel
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