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A CAPÍTULO XXVIII. 165 conado, que ningun medicamento fué poderoso para resolverle la inchazon, y con agudos dolores que la atormentaban de dia y de noche. Fué á buscar á su convento al P. Ignacio; manifestole su trabajo; pidiole su bendicion para remedio del suyo: dió- sela él, y al mismo instante se le abrió la hincha- zon del pecho, se vió libre de los dolores, y sin más medicamento estuvo muy presto buena. 196. Roque Mancano, vecino de Orihuela, ha- biendo caido siendo muy niño en el fuego, le había quedado torcido el cuello, cargada la cabeza sobre un hombro que no la podía enderezar, por habér- sele quedado encogidos los nervios, y hacía cuatro años que estaba con esta deformidad. Pasó un dia por su calle el P. Ignacio, y la madre de este niño que se llamaba Isabel Vazquez, le suplicó tuviese por bien. de darle la bendicion á su hijo. Hízolo, y tomando con sus manos su cuello se lo enderezó y quedó derecha la cabeza, como si jamas la hu- biera tenido torcida ni caida, y dijo el niño me- neando la cabeza: « madre, ya estoy bueno »: y fué de admiracion este milagro á cuantos le habían visto ántes de él y veian despues al niño, que todos daban alabanzas á Dios que tan admirable se mostraba en su siervo. 197. Juan Gonzales, vecino de la ciudad de Já- tiva, volviendo en un carro de los baños de Fortuna, adonde había llevado á su mujer tullida, al salir

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